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5 de abril de 2011

El cieguito

Yo tuve la suerte de conocer a mis cuatro abuelos. Los amé a todos y de cada uno tengo recuerdos imborrables, pero por esas vicisitudes de la vida con quien quizás más cosas comparti fue con mi abuela materna. Yeye, como le decíamos en la familia.

Esta anécdota que voy a contar arrancó cuando yo era chico y tenía entre cinco y siete años. Recuerdo que ella se había caído y lastimado la cadera, por lo cual no podía moverse mucho de la cama. Como a mi lo que más me gustaba en el mundo era jugar con mi abuela, decidí inventar un juego en el que los dos pudieramos participar sin que ella tuviese que moverse. Lo denominé "El Cieguito".

El juego consistía basicamente en que yo escondía muchos de mis muñecos en un mueble sin que ella mirase. Luego me tapaba los ojos y mi abuela, desde la cama, los buscaba con la mirada y entonces me iba guiando hacia el mueble para que los encontrase. Yo los ponía detrás de los portaretratos, escondidos arriba de los libros, en rincones oscuros. Y ella me iba guiando: "Un paso para adelante, estirá la mano derecha, arriba, ahora más abajo, ahí, ¡bien!". Así pasamos inumerables tardes que continuaron a pesar de que ella estaba recuperada y podía moverse con total libertad por la casa.

A medida que iba creciendo sentí las ganas de seguir jugando ese juego pero las reglas empezaron a aburrirme. Ya no le hacía tanto caso a mi papel de cieguito y, siempre intentando que mi abuela no lo notase (aunque ahora estoy seguro que igual lo hacía), comencé a abrir los ojos para encontrar más rápido los muñecos. También me esforzaba menos en esconderlos; si antes estaban detrás de los portaretratos, ahora aparecían al costado, arriba o directamente adelante.

Los años siguieron pasando y con el transcurso de los mismos terminamos por abandorar el juego por completo. Creo que una vez, cuando yo estaba en la secundaria, recordé el juego y se me dio por intentar que jugasemos una vez más. El resultado fue espantoso; a los pocos minutos de iniciado, me ganó la vergüenza y dejé la habitación, dejando a mi abuela y sus indicaciones abandonadas mientras me iba a ver algo de tele en la otra pieza.

Ahora estoy más grande, tengo 24 años y un trecho recorrido. Mi abuela falleció el año pasado y desde entonces que una melancolía enorme (más enorme que la que ya tenía) me acompaña. A veces no puedo dormir, otras (la mayoría) me duermo y me cuesta despertar. A veces sueño con ella y eso es excusa suficiente como para no querer salir de la cama. Me arrepiento de tantas veces que le contesté mal, o de momentos que pude haber compartido y no compartí. Me arrepiento de no haber hablado más con ella, o de no haberla escuchado en determinados momentos. Y, en noches de insomnio como las de hoy, me arrepiento de no haber jugado más a nuestros juegos.

Pero las noches de insomnio también sirven para aportar claridad. Y es en ellas que llego a muchas conclusiones. Y a la que llegué hoy es la siguiente: No es ni malo ni grave que hayamos abandonado ese juego. En realidad, el juego representaba exactamente lo que crecer significa. Cuando era más chico, necesitaba que mi abuela me guiase. Luego, a medida que fui creciendo, sus indicaciones ya no eran necesarias por lo que me había enseñado ya era parte de mí. De adolescente, se me hizo hora de abandonar el metafórico nido, y el juego quedó en el pasado pero no en el olvido.

Y entonces comprendo que hoy también me acompaña. Desde el corazón, desde el alma, desde los recuerdos. Como cuando tenía cinco años. Sentada en la cama y diciendo: "Bien, un paso adelante, ahora a la izquierda, otro paso más adelantes". Porque la realidad es que todos somos ciegos y necesitamos que al principio nos guien. Además, si no fuera por las personas amadas, quizás nunca aprenderíamos a ver.

Donde quieras que estés, gracias.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Entiendo perfectamente lo que estás sintiendo, lo bueno y malo al mismo tiempo es que esa melancolía no se va jamás, al menos a mi me pasa eso, pasaron varios años y sigo soñando con mi abuela, las nohes de insomnio me traen los recuerdos más lindos, recuerdo su risa, hasta su olor, pero también me cuestiono porque no le dedique más tiempo. En fin, me gusto mucho lo que escribiste además la conocí a Yeye de chiquito cuando estabamos todo el tiempo juntos con Fer.
Te mando un abrazo. Ariel (amigo de Chena)

Mariano De María dijo...

Ariel!! Que sorpresa, yo me acuerdo que Yeye tenía una fascinación por mis amigos y los de Fer y siempre le gustaba hacernos la merienda! Es como decis, uno sueña y puede recordar la risa, hasta el olor de las cosas y como puede ser que todo parezca tan real y solo se esta soñando. Quizás no sea solo estar soñando y sea algo mas que no podemos entender...

Muchas gracias por pasar, un abrazo grande!
Marians.

Gustavo dijo...

Hola Dema que tal. Yo de nuevo jodiendo por aca jaja. Lo que pasa es que a veces uno no valora del todo las cosas hasta que las pierde. Ahi es cuando comienza a extrañarlas y las ve en toda su dimension. Sumando a los años que se acumulan y van agigantando la mente.
Y leyendo esta historia me hizo recordar a mi abuela. A cuando jugaba con ella al veo-veo. Un juego donde uno mira una cosa de un color y el otro tiene que adivinar que es. No me faltaron ganas de llorar jaja
Te mando un abrazo y espero que andes bien. Ademas hay que saber que es la ley de la vida. Nadie va a durar por toda la eternidad. Seguramente habra algun dia en el que tu nieto estara escribiendo esta historia que vos acabas de contar jaja
Saludos

Pasajera en trance dijo...

Yo también sufro de insomnio...

¿Por qué será que siempre extrañamos a las personas antes de irnos a dormir?

El insomnio tiene esa cosa de la epifanía. Es como si el cuerpo te pusiera a reflexionar y te pidiera concluir algo con esa noche de no-sueño.

Me gusta la gente que se arrepiente.

Besos!